La crisis en México
Las
crisis económicas en general revelan las vulnerabilidades que presentan los
distintos países, y el caso de México no es la excepción. Para apreciar esto es
necesario recordar que cuando el país modifica su estrategia económica hacia
fines de la década de 1980, el país se encontraba en medio de un prolongado
estancamiento de la actividad económica. Ante ello se emprendieron un buen
número de reformas que buscaban restablecer el crecimiento de la economía. No
es el propósito describir este proceso que por lo demás ha sido ampliamente
estudiado. Sin embargo, una de las acciones que se llevó a cabo para entonces y
que marcó la economía nacional de manera importante fue la firma del Tratado de
Libre Comercio. Si bien su diseño e implantación benefició a nuestra nación,
paradójicamente también llevó a la economía a integrarse comercialmente con los
EEUU, y no a abrirse con respecto del resto del mundo; en efecto, cerca del
noventa por ciento de nuestras exportaciones se dirigen hacia dicho país. Paralelamente,
esta variable se convirtió en el motor del modesto crecimiento del PIB.
Esto
trae como consecuencia que se dependa en exceso del desempeño del vecino del
norte. Naturalmente, cuando aquél entra en depresión económica, deja de adquirir
nuestros productos, lo que ocasiona que ese motor de nuestro crecimiento
–exportaciones hacia los EEUU- se vea deteriorado.
Para
apreciar esto, considere la composición de las exportaciones que arroja una
explicación muy convincente. Antes es conveniente hacer una pequeña digresión:
existen productos que no pueden dejar de consumirse, como los alimentos; por
otra parte, hay bienes que uno puede dejar de adquirir, como los automóviles o
los electrónicos, en caso de enfrentar dificultades. Pues bien, son este
segundo bloque de productos los que México le exporta en mayor medida a los
EEUU. Es decir, la composición de nuestras exportaciones desafortunadamente no
se encuentra debidamente diversificada. De aquí que cuando los problemas
financieros de ese país afloran, lo primero que hacen es dejar de importarnos
los productos.
Si
a esto se le agrega que el principal componente de aumento de nuestra economía
lo constituyen precisamente las exportaciones, el resultado obvio es que el
país decrezca abruptamente. En este sentido, nuestra recuperación depende en
gran medida de que nuestro vecino del norte se recupere. Se espera que México
decrezca en 8 puntos porcentuales para este año de 2009, con lo que se
convierte en el país de la región de la América Latina que más caerá. La
respuesta es que el crecimiento del resto de las naciones de la región dependen
menos de las exportaciones a los EEUU. La moraleja es que México debiera
diversificar sus fuentes de crecimiento, mediante la creación y fortalecimiento
de un mercado interno.
Canales de
transmisión
Existen
dos canales principales de transmisión de la crisis norteamericana hacia la mexicana.
El primero de ellos lo representa, como ya se dijo, la disminución abrupta de
las exportaciones. El segundo de ellos es netamente financiero. Las crisis
financieras vienen acompañadas de una gran volatilidad de las variables tales
como tipo de cambio y tasas de interés. Como se sabe, este fenómeno es un
cuasi-sinónimo de riesgo. Es decir, cuando éste se incrementa los prestadores
de recursos lo perciben y reaccionan contrayendo la cantidad de recursos que
pueden poner a disposición de los inversionistas y público en general. A la
vez, los inversores prefieren esperar ya que se les carga una tasa de interés
muy elevada. El resultado es que se inhibe el crédito, que como se sabe
representa una variable fundamental para promover el crecimiento.
Por
otra parte, la contracción de la economía estadounidense, sobre todo en el
sector de la construcción, impacta a México vía las remesas que envían nuestros
paisanos que se dedican precisamente a ese ramo de la actividad económica. Finalmente,
la baja en la actividad económica mundial reduce la demanda por otro de los
productos de los que depende la nación, el petróleo.
Estos
eventos impactan fuertemente otras variables.
Impacto
De
la discusión anterior, claramente puede percibirse que el impacto lo reciben
tres importantes variables: i) el empleo, ii) la recaudación tributaria y, iii)
el nivel de pobreza de la población.
La
caída en el producto tiene un impacto directo e inmediato en el empleo. En
México la disminución en la tasa de generación de trabajos se observa desde
mediados de 2006. Para octubre de 2008, la tasa se torna negativa. Es decir, la
economía no solamente deja de generar empleos para la fuerza laboral entrante
que por cuestiones demográficas es alta, sino que ha disminuido desde 2006. La
principal rama afectada es la de las manufacturas y dentro de ésta la
automotriz, la electrónica y tecnológica y por último, la textil. Como ya se
dijo, esto es el resultado de depender para lograr el crecimiento de las
exportaciones de dichos bienes.
En
palabras de Hernando de Soto, el pobre no puede darse el lujo de estar
desempleado. De esta manera el sector informal ha crecido de manera
considerable durante los últimos tres años que se han dejado de crear empleos.
Debe destacarse que a diferencia de la crisis de 1995 que experimentó México,
cuando la economía de los EEUU se encontraba en una senda ascendente, en esta
ocasión hay que esperar a que dicho país se recupere.
Otra
variable que se ve fuertemente afectada por la disminución del ingreso nacional
es la recaudación tributaria. Conviene destacar que México es uno de los países
en el mundo que menos recauda tributos como proporción del Producto Interno
Bruto, con apenas 11 por ciento, en comparación con el 20 de Chile, y de 18 de
El Salvador, Costa Rica, Colombia y Brasil. Así, ya con una baja recolección
para este año se espera que los recursos provenientes de la tributación
disminuyan en 20 puntos porcentuales. Esto obviamente dificulta la implantación
de una política anticíclica. Como se anotará más adelante, en México se activó
nuestro Fondo de Estabilización. Sin embargo, es insuficiente ante la magnitud
del choque.
En
adición, debe señalarse que aún en tiempos de estabilidad macroeconómica México
ha subsanado la baja recolección de impuestos con la renta petrolera. No
obstante, para este año los precios del hidrocarburo disminuyeron
sensiblemente. Una buena acción que México venía realizando años atrás, era
cubrir este precio mediante el uso de productos derivados, situación que ha
ayudado a paliar el problema de financiamiento público, que a pesar de ello
continúa siendo un asunto delicado ante la insuficiencia de fondos para cumplir
con sus responsabilidades de gasto.
La
alternativa que surge es entonces el endeudamiento público; conviene discutir
esta posibilidad. Como se discutió antes, el crédito internacional se ha
“secado” debido a la incertidumbre prevaleciente. Baste señalar que para julio
de 2009 el otorgamiento de crédito mundial se contrajo en cerca de tres puntos
porcentuales, y el que se está otorgando obedece más bien a refinanciamientos
para mejorar las condiciones generales de los empréstitos. Para México sólo la
deuda interna puede representar una opción, pero también los mercados
financieros locales se encuentran muy cautelosos. De esta manera, la única
opción es el financiamiento proveniente de organismos internacionales tales
como el FMI, BID y Banco Mundial.
En
suma, los eventos mundiales han venido a revelar algunas de las debilidades de
la estrategia económica. Resalta la excesiva integración de nuestra economía
con la de los EEUU, lo que ha provocado que no se haya creado un mercado
interno sólido que soporte en mayor medida la actividad económica.
Es
aquí donde entra el problema de lo poco competitivo que es el país con respecto
al resto del mundo. Es difícil definir este concepto y en ocasiones se abusa de
índices que mezclan un sinnúmero de variables, correlacionadas entre sí, lo que
no permiten apreciar la raíz del problema. Aquí sostengo que un país es
competitivo en la medida que se respeten los derechos de propiedad y el
andamiaje necesario que lo haga valer, es decir, un poder judicial eficiente
que aplique un marco legal armonioso entre sí; segundo, que promueva la
competencia económica de manera que se evite la formación de grupos con poder
de mercado que perjudican al final al consumidor; que existan los mecanismos
para hacer que los frutos de un crecimiento económico se distribuyan a lo largo
de toda la sociedad; que exista igualdad de oportunidades de todo ciudadano; y,
que exista una estabilidad macroeconómica (ver Esquivel y Hernández, 2009).
Este último punto es muy discutido pero la crisis actual tiene que revelar su
importancia: sin estabilidad de las variables económicas, la inversión, y por
ende, el crecimiento se caen.
Por
último es menester señalar que el sistema bancario mexicano es uno de los que
menos crédito otorga en el mundo. La explicación para ello es muy debatida y no
es el lugar para discutirlo. Sin embargo, al no otorgar mucho préstamo, pues su
exposición ante crisis se ve muy limitada. De aquí que el sistema no sufrió los
estragos como otros sistemas bancarios, sobre todo de primer mundo.
Este
es el contexto, pasamos ahora a examinar brevemente las reacciones de nuestro
gobierno ante la crisis.
La reacción gubernamental
Mucho
se ha discutido sobre la reacción gubernamental ante la crisis. El primer
elemento que debemos señalar es que la efectividad de una respuesta depende en
gran medida de un buen diagnóstico. Como ya se dijo, no es claro si
efectivamente se preveía desde 2007 estos eventos. Lo que sí es un hecho es que
nuestro gobierno es de los que sostiene que solamente después de la quiebra de
Lehman Brothers, es cuando se puede dimensionar la magnitud del choque. En este
sentido, la reacción es tardía, aunque no necesariamente culpa de nuestro
gobierno.
Sin
embargo, esta crisis también viene a revelar otra vulnerabilidad, a saber, la
ausencia de una política anticíclica. ¿En qué consiste tal política?
No
hay un consenso al respecto pero la mayor parte de los países avanzados basan
este tipo de políticas en dos arenas: 1) la suficiencia de recursos públicos
para estimular la economía; y, 2) el diseño ex
ante de los programas anticíclicos.
El
primero de ellos en cierto sentido depende de la disponibilidad monetaria para
formar un fondo de estabilización. El monto óptimo es casi imposible de definir
cuando la crisis es profunda, como es el caso que nos acompaña hoy día. Por
ello, el déficit es también un instrumento en este sentido. En economías
emergentes éste último es mucho más débil debido a que todavía su credibilidad
de ajuste futuro no es muy fuerte; de aquí que incluso el solo deseo de pedir
préstamos no garantiza su disponibilidad, y si la hay, su costo es muy alto.
Dentro
del segundo grupo, destacan los programas de apoyo a las distintas industrias,
pero más importante aún, contener la baja en el bienestar de los ciudadanos. En
México, se previó el primer grupo y se formó con anterioridad un Fondo de Estabilización
utilizando recursos de excedentes provenientes de la renta petrolera, que si
bien insuficiente, ha permitido reaccionar ante el evento.
Desde
mi perspectiva es la segunda arena en la que México ha mostrado su debilidad.
No tocaré la parte de estímulo a la industria, porque éste ha sido
prácticamente inexistente. Destino el resto del ensayo a la reacción para
proteger el bienestar de los ciudadanos.
La reacción en
materia social
Con
excepción de los EEUU, los países avanzados llevaron a cabo modificaciones
importantes posteriores a la crisis de 1929 para proteger a la población ante
la ocurrencia de esos eventos, además de tratar de detener la “propagación del
comunismo”. Así, el nacimiento del famoso Estado del Bienestar europeo se produjo,
entre muchos otros factores que enunciaremos adelante, como a una reacción al
mencionado episodio. En este sentido, las crisis concientizan a la sociedad (y
sobre todo a los políticos) para tomar acciones y modificar el status quo.
Gran
parte del Estado del Bienestar descansa en el diseño de un sistema de seguridad
social, que al menos en papel, además de proteger a la población bajo
circunstancias normales, le proporciona un blindaje social en caso de
ocurrencia de choques económicos adversos. Por ejemplo, en el caso
norteamericano cuando ocurre un despido laboral, el trabajador queda
automáticamente sin un seguro de salud para enfrentar las posibles enfermedades
(aunque existe un seguro de desempleo temporal). Por el contrario, en el caso
de los países europeos, más allá de la rigidez laboral, un despido no deja a la
persona sin uno. Hay una corriente de la literatura económica que llama a estas
características “redes de protección social”
No
hay, pues, una definición exacta de éstas, pero generalmente incluyen a la
salud, al empleo por medio de alguna forma de seguro de desempleo, pensiones y,
en ocasiones, con subsidios a sectores sensibles a estas crisis como el
agrícola, la microempresa, entre otros.
Estas
redes de seguridad social han sido muy debatidas por muchos motivos siendo el
principal su financiamiento, ya que ello implica una redistribución de los
recursos monetarios de una persona a
otra. El principal cuestionamiento es si el Estado debe tener estos objetivos
como su función. De aquí que parte de esta
discusión se ha trasladado al terreno ideológico, e incluso es la principal
diferencia para muchos entre Europa y los EEUU.
En
este sentido, las economías que cuentan con un Estado del Bienestar como el
definido arriba, no necesitan, en caso de un choque negativo como el que ha
ocurrido ahora, diseñar acciones de “protección social” (en teoría ya las
tienen) y sólo requieren concentrar sus esfuerzos en tomar acciones de índole
macroeconómico, como por ejemplo, el rescate del sector financiero, o la
reactivación del empleo por medio de la construcción de infraestructura. No
sostengo que esto no sea importante, lo que intento comunicar es que de una u
otra forma esto les permite a los gobiernos concentrarse en acciones para
estabilizar la economía en el agregado sin distraerse de manera importante en
el diseño apresurado de mecanismos de
protección social.
En
México se han llevado a cabo medidas muy apresuradas para enfrentar la crisis
de manera más efectiva, y la historia nos sugiere que a veces estas acciones
fáciles se convierten en un lastre difícil de remover cuando los aprietos
económicos han concluido.
Aquí
sostengo que para México esta crisis puede ser una oportunidad para redefinir
nuestra política social, que hoy por hoy, se encuentra desgastada, por no decir
estancada en una amalgama de numerosos programas que incluso se contraponen en
sus objetivos (baste mencionar el de microrregiones y el de la comisión de
pueblos indígenas). Recientemente el Consejo Nacional para la Evaluación de la
Política Social ha dado a conocer que el combate a la pobreza ha sufrido
reveses importantes durante la presente administración, lo que reafirma la
necesidad de replantear la política social del país. En suma, los eventos
adversos han evidenciado que al no contar con un verdadero mecanismo de
protección social, se ha respondido con políticas sociales de diseño muy apresurado. Es importante también
destacar que también últimamente se ha asociado a la informalidad con la
política pública existente, y la solución que se ha dado es precisamente una
reforma a todo el esquema de la seguridad social (ver Levy, 2008).
Más
allá de los efectos en términos de eficiencia económica es necesario plantear
la reforma en referencia a un argumento de justicia social. Para argumentarla
se requiere primero de una pequeña revisión del nacimiento del Estado del
Bienestar Europeo, que a continuación se presenta.
La
política social como tal no es tan antigua. La primera gran intervención estatal
en materia social se da tanto en los países europeos como en los EEUU, por el
año de 1776. Hacia fines de este siglo XVIII todos los países de la hoy
conocida Europa occidental y los EEUU contaban con algún programa de corte
social. Por una parte se encontraba Inglaterra, país que para entonces contaba
con el primer programa de combate a la pobreza, conocido como “la ley de los
pobres”. Por otra parte, Thomas Jefferson implantó la educación pública en los
EEUU. Ambos eventos fueron, en su tiempo, muy debatidos.
En
ese entonces en el mundo había un número reducido de asalariados, la esperanza
de vida era reducida, por lo que se contaba con una población joven (o muy bajo
nivel de adultos de la tercera edad), alto grado de analfabetismo, entre otras
características; pero con la revolución industrial en pleno auge se evidencia
la necesidad de mejorar el nivel de capital humano en términos de salud,
nutrición y educación. Con ello, la esperanza de vida de la población aumentó,
lo que aunado al surgimiento de la democracia, ejerció una presión para la
instauración de programas sociales durante el siglo XIX.
Para
inicios del siglo XX, se contaba ya con una esperanza de vida considerablemente
mayor; la democracia se había extendido (e incipientemente el propio
socialismo); y, los niveles altos de pobreza persistían. Con la erupción de la
crisis de 1929, la población quedó muy desprotegida por lo que con existencia
de democracia, ejercieron presión para la ampliación de la protección social.
La década de los 1930s marca la “explosión” del gasto público en materia social
en la mayor parte de los países occidentales.
Es decir, la crisis, junto con otros factores como la expansión del
socialismo, son determinantes en el nacimiento del famoso “Estado del Bienestar”.
Los
programas más importantes incluyen la universalidad
en materia de pensiones no contributivas (de aquí que un nivel de esperanza de
vida de la población haya sido fundamental para introducir esta medida), salud,
educación, seguro de desempleo, además de incluir programas para combatir la
pobreza y para la adquisición de vivienda.
Debe
destacarse que como estos programas eran de corte universal, es decir, para
toda la población, los EEUU no los contemplaron debido a que para entonces el
nivel de racismo era tal que se oponían a otorgarle esos beneficios a los
afroamericanos y otras minorías (incluidas las hispanas). De aquí, que sólo se
dio en Europa occidental.
Si
bien es cierto que estos esquemas se encuentran desgastados en algunos países,
y que su reforma se ha postergado para modernizarlos, lo cierto es que países
como Suecia han logrado mantenerlos, llevando a cabo reformas para permitir su
viabilidad financiera y mejorar la calidad de los mismos mediante incentivos
apropiados.
Por
otra parte, el mundo ha presenciado algunos episodios de crisis después de la
Segunda Guerra Mundial, particularmente a inicios de los 1970s e inicios de
1980s, y los sistemas de protección social han logrado mantener mínimamente el
nivel de vida de la población. Indudablemente, durante la actual crisis estos
mecanismos de protección social han sido fundamentales para la población de
estos países. De aquí la importancia de considerar este sistema para México.
Históricamente
México cuenta con una política social compleja, y está compuesta por una
amalgama de programas sociales que se manejan en distintas instancias
gubernamentales, muchas de las veces sin coordinación alguna. Tradicionalmente
la protección social ha respondido a circunstancias más bien políticas con un
alto grado de populismo y elementos clientelares.
El
gasto público en materia social ha ganado y perdido terreno dependiendo de los
objetivos políticos. Acorde con las tendencias internacionales, el sexenio del
Presidente Lázaro Cárdenas se constituye como el que marca el principio no sólo
de la institucionalización de la Revolución Mexicana, sino del uso del gasto
público con fines más sociales, rubro que hasta entonces había presentado muy
bajos niveles. De hecho, durante esta administración se establece una cifra
record en cuanto a la contribución del gasto social en el total, cifra que cae
en posteriores administraciones y que se alcanza nuevamente sólo hasta la
década de los 1960s, cuando con un contexto interno de tensiones y, en el
externo con la Revolución Cubana, el Presidente Adolfo López Mateos se ve
forzado para que el rubro social volviera a ganar terreno. Con crecimiento
económico por arriba del 6 por ciento y con un aumento en el gasto social, la
pobreza empieza a perder terreno. El gasto social se mantuvo con una
participación en el total estable durante el sexenio de Díaz Ordaz.
Durante
el sexenio del Presidente Echeverría el gasto social registró un fuerte
incremento sin que hubiera una fuente explícita de financiamiento, incurriendo
en déficit presupuestario, asunto que se matizó al inicio con el presidente
López Portillo cuando existieron mayores
ingresos provenientes de la renta petrolera, pero que se profundizó más tarde
con la caída del precio de tal hidrocarburo.
Como
consecuencia de la crisis de 1982 el gasto tuvo que ser contraído de manera
abrupta por lo que ambos tipos de gasto, social y de inversión, se redujeron de
manera considerable. El ajuste estructural de esta década parecía superarse a
inicios de la siguiente pero una nueva crisis financiera en 1994-95 volvió a
impactar adversamente ambos rubros.
La
política social, a partir de la crisis del tequila, sufre una transformación
importante: se introduce el primer programa focalizado y con un objetivo muy
específico de elevar el nivel de capital humano. Las evaluaciones preliminares
han arrojado resultados positivos en materia de salud y nutrición. Por su parte
las pensiones fueron modificadas para adoptar un esquema contributivo con financiamiento
individual. Esto significó la perpetuación de no-cobertura para aproximadamente
60 por ciento de la población.
Como
se ve, la política social ha respondido a circunstancias más que a un diseño
integral de ella, y se ha modificado en épocas de crisis de manera apresurada,
lo que ha ocasionado que no exista consistencia entre sus partes. Su diseño se
lleva a cabo de manera independiente entre sus distintos componentes por parte
de las cabezas de los distintos sectores, incurriendo en una competencia
política que fragmenta aún más la política social a nivel federal (un claro
ejemplo es el seguro popular).
Asimismo,
con una mayor descentralización del gasto, los estados han respondido
políticamente para subsanar los vacíos y defectos de la política social a nivel
central. Por ejemplo, con la reforma de pensiones de 1992-97 no se solucionó el
problema de los no-asalariados, si bien se aminoraron los problemas que
presentaba el antiguo sistema (aunque la crisis evidencia lo que muchos temían:
la posibilidad de quiebra de las Afores, con el peligro de dejar a la población
desprotegida). Ante esto, algunos estados han ofrecido pensiones
no-contributivas para sus habitantes. Sin embargo, los programas estatales
sociales no encuentran congruencia con los federales para llegar a una política
social integral.
Por
su parte, como respuesta, el gobierno federal ha respondido poniendo “chipotes”
al programa Progresa-Oportunidades, desde pensión hasta subsidios eléctricos,
implantando un seguro popular, acciones todas ellas que han ocasionado que la política social se vea
rebasada y desgastada, al introducir importantes distorsiones en el mercado
laboral (ver Levy, 2008).
En
suma, nuestra política social se encuentra fragmentada, desarticulada, y los
hacedores de política no han tenido la visión global y de largo plazo como para
integrarla. Las crisis, sin embargo, sensibilizan a la población y a los
políticos para tomar acciones adecuadas en beneficio de la población, aunque
políticamente no sean tan rentables.
Conclusión
México
es uno de los países de la región de la América Latina que más impacto ha
sufrido en términos de crecimiento económico debido a su exagerada integración
comercial con los EEUU. Este decrecimiento ha impactado variables clave como el
empleo, la recaudación tributaria y ha elevado el número de pobres.
Si
bien el gobierno ha reaccionado de acuerdo a las circunstancias haciendo uso
del instrumento fiscal, la estrategia ha adolecido en dos aspectos. Primero,
insuficiencia en los recursos y, segundo, en una ausencia de programas
diseñados con anterioridad para enfrentar dificultades económicas. Así, los
programas de gasto han sido diseñados de manera apresurada.
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